domingo, 30 de enero de 2011

La Insignia

Esta no es una película (pero debería serlo). Esto sólo es un cuento que leí estudiando en la Pre-Agraria el año 1995. Recuerdo que es uno de los primeros cuentos que me inclinaron por la fascinación que significa leer un cuento o un libro, y dentro de nosotros visualizar como una película lo que le pasa al personaje o a los personajes. Antes ustedes uno de los mejores cuentistas peruanos: Julio Ramón Ribeyro.

LA INSIGNIA
Hasta ahora recuerdo aquella tarde en que al pasar por el malecón divisé en un pequeño basural un objeto brillante. Con una curiosidad muy explicable en mi temperamente de coleccionista, me agaché y después de recogerlo lo froté contra la manga de mi saco. Así pude observar que se trataba de una menuda insignia de plata, atravesada por unos signos que en ese momento me parecieron incomprensibles. Me la eché al bolsillo y, sin darle mayor importancia al asunto, regresé a mi casa. No puedo precisar cuánto tiempo estuvo guardada en aquel traje que usaba poco. Sólo recuerdo que en una oportunidad lo mandé a lavar y, con gran sorpresa mía, cuando el dependiente me lo devolvió limpio, me entregó una cajita, diciéndome: "Esto debe ser suyo, pues lo he encontrado en su bolsillo".
Era, naturalmente, la insignia y este rescate inesperado me conmovió a tal extremo que decidí usarla.
Aquí empieza realmente el encadenamiento de sucesos extraños que me acontecieron. Lo primero fue un incidenbte que tuve en una librería de viejo. Me hallaba repasando añejas encuadernaciones cuando el patrón, que desde hacía rato me observaba desde el ángulo más oscuro de su librería, se me acercó y, con un tono de complicidad, entre guiños y muecas convencionales, me dijo: "Aquí tenemos libros de Feifer". Yo lo quedé mirando intrigado porque no había preguntado por dicho autor, el cual, por lo demás, aunque mis conocimientos de literatura no son muy amplios, me era enteramente desconocido. Y acto seguido añadió: "Feifer estuvo en Pilsen". Como yo no saliera de mi estupor, el librero terminó con un tono de revelación, de confidencia definitiva: "Debe usted saber que lo mataron. Sí, lo mataron de un bastonazo en la estación de Praga". Y dicho esto se retiró hacia el ángulo de donde había surgido y permaneció en el más profundo silencio. Yo seguí revisando algunos volúmenes maquinalmente pero mi pensamiento se hallaba preocupado en las palabras enigmáticas del librero. Después de comprar un libro de mecánica salí, desconcertado, del negocio.
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Durante algún tiempo estuve razonando sobre el significado de dicho incidente, pero como no pude solucionarlo acabé por olvidarme de él. Mas, pronto, un nuevo acontecimiento me alarmó sobremanera. Caminaba por una plaza de los suburbios cuando un hombre menudo, de faz hepática y angulosa, me abordó intempestivamente y antes de que yo pudiera reaccionar, me dejó una tarjeta entre las manos, desapareciendo sin pronunciar palabra. La tarjeta, en cartulina blanca, sólo tenía una dirección y una cita que rezaba: SEGUNDA SESION: MARTES 4. Como es de suponer, el martes 4 me dirigí a la numeración indicada. Ya por los alrededores me encontré con varios sujetos extraños que merodeaban y que, por una coincidencia que me sorprendió, tenían una insignia igual a la mía. Me introduje en el círculo y noté que todos me estrechaban la mano con gran familiaridad. En seguida ingresamos a la casa señalada y en una habitación grande tomamos asiento. Un señor de aspecto grave emergió tras un cortinaje y, desde un estrado, después de saludarnos, empezó a hablar interminablemente. No sé precisamente sobre qué versó la conferencia ni si aquello era efectivamente una conferencia. Los recuerdos de niñez anduvieron hilvanados con las más agudas especulaciones filosóficas, y a unas disgresiones sobre el cultivo de la remolacha fue aplicado el mismo método expositivo que a la organización del Estado. Recuerdo que finalizó pintando unas rayas rojas en una pizarra, con una tiza que extrajo de su bolsillo.
Cuando hubo terminado, todos se levantaron y comenzaron a retirarse, comentando entusiasmados el buen éxito de la charla. Yo, por condescendencia, sumé mis elogios a los suyos, mas, en el momento en que me disponía a cruzar el umbral, el disertante me pasó la voz con una interjección, y al volverme me hizo una seña para que me acercara. - Es usted nuevo, ¿verdad? -me interrogó, un poco desconfiado. - Sí -respondí, después de vacilar un rato, pues me sorprendió que hubiera podido identificarme entre tanta concurrencia-. Tengo poco tiempo. - ¿Y quién lo introdujo? Me acordé de la librería, con gran suerte de mi parte. -Estaba en la librería de la calle Amargura, cuando el... - ¿Quién? ¿Martín? - Sí, Martín. -!Ah, es un colaborador nuestro! - Yo soy un viejo cliente suyo. - ¿Y de qué hablaron? -Bueno... de Feifer. -¿Qué le dijo? -Que había estado en Pilsen. En verdad... yo no lo sabía -¿No lo sabía? - No -repliqué con la mayor tranquilidad. - ¿Y no sabía tampoco que lo mataron de un bastonazo en la estación de Praga? - Eso también me lo dijo. -!Ah, fue una cosa espantosa para nosotros! -En efecto -confirmé- Fue una pérdida irreparable. Mantuvimos una charla ambigua y ocasional, llena de confidencias imprevistas y de alusiones superficiales, como la que sostienen dos personas extrañas que viajan accidentalmente en el mismo asiento de un ómnibus. Recuerdo que mientras yo me afanaba en describirle mi operación de las amígdalas, él, con grandes gestos, proclamaba la belleza de los paisajes nórdicos. Por fin, antes de retirarme, me dio un encargo que no dejó de llamarme la atención . -Tráigame en la próxima semana -dijo- una lista de todos los teléfonos que empiecen con 38. Prometí cumplir lo ordenado y, antes del plazo concedido, concurrí con la lista. -!Admirable! -exclamó- Trabaja usted con rapidez ejemplar.
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Desde aquel día cumplí una serie de encargos semejantes, de lo más extraños. Así, por ejemplo, tuve que conseguir una docena de papagayos a los que ni más volví a ver. Mas tarde fui enviado a una ciudad de provincia a levantar un croquis del edificio municipal. Recuerdo que también me ocupé de arrojar cáscaras de plátano en la puerta de algunas residencias escrupulosamente señaladas, de escribir un artículo sobre los cuerpos celestes, que nunca vi publicado, de adiestrar a un meno en gestos parlamentarios, y aun de cumplir ciertas misiones confidenciales, como llevar cartas que jamás leí o espiar a mujeres exóticas que generalmente desaparecían sin dejar rastro.
De este modo, poco a poco, fui ganando cierta consideración. Al cabo de un año, en una ceremonia emocionante, fui elevado de rango. "Ha ascendido usted un grado", me dijo el superior de nuestro círculo, abrazándome efusivamente. Tuve, entonces, que pronunciar una breve alocución, en la que me referí en térmios vagos a nuestra tarea común, no obstante lo cual, fui aclamado con estrépito.
En mi casa, sin embargo, la situación era confusa. No comprendían mis desapariciones imprevistas, mis actos rodeados de misterio, y las veces que me interrogaron evadí las respuestas poque, en realidad, no encontraba una satisfactoria. Algunos parientes me recomendaron, incluso, que me hiciera revisar por un alienista, pues mi conducta no era precisamente la de un hombre sensato. Sobre todo, recuerdo haberlos intrigado mucho un día que me sorprendieron fabricando una gruesa de bigotes postizos pues había recibido dicho encargo de mi jefe.
Esta beligerancia doméstica no impidió que yo siguiera dedicándome, con una energía que ni yo mismo podría explicarme, a las labores de nuestra sociedad. Pronto fui relator, tesorero, adjunto de conferencias, asesor administrativo, y conforme me iba sumiendo en el seno de la organización aumentaba mi desconcierto, no sabiendo si me hallaba en una secta religiosa o en una agrupación de fabricantes de paños.
A los tres años me enviaron al extranjero. Fue un viaje de lo más intrigante. No tenía yo un céntimo; sin embargo, los barcos me brindaban sus camarotes, en los puertos había siempre alguien que me recibía y me prodigaba atenciones, y en los hoteles me obsequiaban sus comodidades sin exigirme nada. Así me vinculé con otros cofrades, aprendí lenguas foráneas, pronuncié conferencias, inauguré filiales a nuestra agrupación y vi cómo extendía la insignia de plata por todos los confines del continente. Cuando regresé, después de un año de intensa experiencia humana, estaba tan desconcertado como cuando ingresé a la librería de Martín.
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Han pasado diez años. Por mis propios méritos he sido designado presidente. Uso una toga orlada de púrpura con la que aparezco en los grandes ceremoniales. Los afiliados me tratan de vuecencia. Tengo una renta de cinco mil dólares, casas en los balnearios, sirvientes con librea que me respetan y me temen, y hasta una mujer encantadora que viene a mí por las noches sin que yo le llame. Y a pesar de todo esto, ahora, como el primer día y como siempre, vivo en la más absoluta ignorancia, y si alguien me preguntara cuál es el sentido de nuestra organización, yo no sabría qué responderle. A lo más, me limitaría a pintar rayas rojas en una pizarra negra, esperando confiado los resultados que produce en la mente humana toda explicación que se funda inexorablemente en la cábala.
(Lima, 1952)

domingo, 16 de enero de 2011

Detrás del mar

(Dirigida por Raúl del Busto – Perú 2005)

Todos los ríos van al mar, pero el mar no se desborda.
(Proverbio Chino)

El ruido del mar, no hay sol. Sólo vemos las olas formarse y hacer ese ruido característico. En la orilla flora un barco de papel, se mueve al ritmo del agua. Hace un rato volaba una paloma blanca, ahora vuelan unas aves oscuras.

20 de noviembre
El muchacho se despierta, contempla la luz del día largo rato, prende la televisión y cambia de canales, va al baño, va a la cocina y se prepara su desayuno, lava sus platos. Se va a la computadora pero se aburre pronto. Se sienta en su sala y se pone a fumar. Nada calma su soledad. Ahora parece pensar, en ¿qué? …. Respuesta: no se sabe.

Sale de su casa, al peluquero. Se observa al espejo mientras le cortan con la máquina, juega con parte de su cabello en sus manos. Ahora arma su maleta, la pone en la cajuela del auto, parte en el asiento de atrás, no se sabe a dónde. Su mirada expresa tristeza.

Ya es noche
Otro tipo esta viajando en un auto, las calles y las luces de los postes alumbran el camino, la carretera y sus barandas reflejan el paso de un lugar a otro. Él cierra los ojos. Llega a una casa, se sienta en el sofá, piensa, se fuma un cigarrillo, sigue pensando. Coge un cofre azul que contiene un aro de matrimonio, el aro se cae, él sigue pensando, con su dedo toca el aro. Al rato observamos a dos aros metidos en el cofre azul. El tipo se va a la mesa. Ahí ha escrito una carta dirigida a una mujer llamada Cyntia. Arma su maleta y se va.

Otra vez el ruido del mar, las olas, las aves, esta vez vemos más arena, el tipo llega con su maleta. Contempla el mar, no hay nadie en la playa. Se sienta en la arena. Se fuma un cigarrillo. Saca la carta que escribió para Cyntia, la lee, luego hace un origami y la transforma en un barco de papel (el mismo del inicio del film). Su mirada es triste como la del muchacho con la que se empezó esta historia.

Ya no sabemos qué hora es
Una joven se encuentra en la piscina, ella nada con su ropa de baño azul de un lado para otro. Hace estilo libre. Por ratos se mete al fondo del agua y hace respiraciones.

Al rato esta en su cuarto, con su pijama. Sentada, piensa. Parece triste como los personajes del 20 de noviembre.

Amanece, el techo de cuarto esta adornado con estrellas. Ella, sus labios carnosos, su pelo enrulado, sus ojos tristes, su nariz en punta, piensa. Busca el teléfono, marca un número, corta. Vuelve a marcar el número, corta otra vez. Sale al patio donde se encuentra la piscina, observa el cielo. Otra vez vuelve al teléfono, otra vez corta. Corta un mango con la mano izquierda. Disfruta su sabor. Va al teléfono, marca un número y corta por enésima vez.

La noche aparece otra vez, ella logra hablar por teléfono. Le pregunta a la persona del otro lado de la línea si debe seguir esperando.

El mar otra vez, el barco de papel esta volteado, el agua lo ha revolcado.

Siete Semillas

(Dirigida por Daniel Rodríguez Risco – Perú 2016) Ignacio (Carlos Alcántara) es el gerente general de una de las mejores empresas t...